Parece habitual encontrar en redes sociales mensajes de odio, fake news, o un ejército de haters y trolls que favorecen que estas plataformas sean, a veces, un terreno hostil, lleno de polarización y crispación. Hay que tener mucho cuidado para que no te caigan palos por todos lados por algún mensaje controvertido o ambiguo que hayas publicado en Twitter (sobre todo cuando eres un personaje público), y mucha paciencia hay que tener con esas personas que comparten cualquier cosa sin pararse a pensar, informarse o contrastar. El problema principal viene cuando esas conversaciones que ocurren en el mundo virtual se materializan en el mundo real. En el caso por ejemplo de las fake news, aunque no sean noticias ciertas, sí son ciertas sus consecuencias, es decir, el daño que pueden producir es real: rechazo a ciertos grupos sociales como las personas migrantes, aumento de falta de confianza en las instituciones, o rechazo a medidas de salud pública que afectan a toda la ciudadanía (como los movimientos antivacunas).
Junto a las fake news (y en ocasiones como parte de ellas), encontramos los discursos de odio. Mucha de la polarización y crispación que existen en las redes sociales tiene que ver precisamente con este tipo de discursos. Los haters son unos abanderados de los discursos de odio, y aunque no todos son iguales, comparten el gusto por la confrontación. Precisamente unos de los objetivos de los discursos de odio es confrontar lo que somos “nosotros” con lo que son “ellos”, afianzando las diferencias que puede haber entre personas y estableciendo una jerarquía donde los primeros son mejores o superiores que los segundos.
Se ve muy claro en esos mensajes que aseguran que las personas migrantes vienen a quitarnos lo que es nuestro: nuestro trabajo, nuestras costumbres, nuestros recursos, etc. Bulos como que las personas musulmanas se oponen a la decoración navideña o quieren impedir que los niños coman bocadillos de jamón en el recreo, nos están diciendo: mira, ellos no son como nosotros, no solo no son de nuestro grupo, sino que lo amenazan. La misma lógica siguen otros ejemplos más triviales como los seguidores y detractores de ciertas series, películas, cantantes o youtubers, donde, además, influye mucho la cultura del fandom. Yo soy del team X y tú del team Y y nuestra naturaleza parece ser enfrentarnos. Cuando esos enfrentamientos cruzan ciertas líneas se pueden producir los discursos de odio.

Pero esto no es nuevo, ni es fruto de las redes sociales. Ya en los años 40, el sociólogo Talcott Parsons observó que es una tendencia humana clasificar a las personas de manera diferenciada y mantener al «otro» alejado de los recursos escasos. La gente se ve a sí misma como parte de un grupo concreto y etiqueta a aquellos que no pertenecen al grupo como «otros». Parsons afirmó que la tendencia humana a clasificar diferencialmente a los demás también conduce invariablemente a que los miembros de cada grupo sean tratados como superiores o inferiores a los demás en función de su afiliación al grupo.
Aunque algunos haters parecen simplemente buscar un cierto protagonismo en las conversaciones online, otros tienen la intención de hacer daño. El discurso de odio lo podríamos definir como un discurso que utiliza lenguaje abusivo, ofensivo, amenazador y/o obsceno, que se vale de estereotipos, que puede incitar a acciones hostiles, que tiene intenciones perversas o que pretende silenciar a un individuo o un grupo social. El odio se expresa a través de un lenguaje muy emocional -insultos, acusaciones graves, menosprecios, ataques personales- que hacen difícil el poder mantener una conversación sosegada, ya que nos afectan personalmente, a nuestros gustos, nuestra identidad o nuestros valores.
Afortunadamente, en las redes sociales también hay espacio para el amor. Y aunque existen discursos de odio también encontramos otros de humanización. La humanización es el proceso de retratar a los demás como pertenecientes a una comunidad común, de manera que se fomente la empatía y se legitime el apoyo a grupos que han sido tradicionalmente excluidos. Podríamos decir que los discursos de humanización se contraponen a los discursos de odio, ya que estos últimos deshumanizan a sus víctimas al no reparar en el daño que se les pueda ocasionar o no considerarlas dignas de respeto. Básicamente, la humanización pone su foco en aquellas características que nos hacen iguales en vez de en las diferencias, de manera que los “otros” dejan de serlo para pasar a formar parte de nuestro grupo. Quizás yo sea feminista y tú no (o aún no lo sabes), pero como mujeres seguro que hemos experimentado cosas similares. Quizás yo no entienda tu orientación sexual, pero seguro que ambos sabemos lo que es amar a otra persona. Puede que yo sea de izquierdas y tú de derechas, pero ¿y si a las dos defendemos unos mejores servicios públicos para nuestro barrio?
Realmente no somos tan diferentes. Siempre van a existir, de una manera u otra, espacios de entendimiento. Por supuesto, también habrá cosas que nos diferencien, incluso algunas con las que nunca estaremos de acuerdo, pero reducir al otro a una única característica o cualidad, es perderse toda la gama de matices que nos caracteriza como individuos y colectivo. Como se suele decir, “todos somos iguales, todos somos diferentes”. Puede que la clave esté en qué posición ponemos al otro: ¿en frente o a nuestro lado?
Carolina Rebollo
Investigadora y experta en discursos de odio en redes sociales